Tuve la suerte de arribar a Chaouen
hace alrededor de quince años para ampliar mis horizontes naturalísticos. En
seguida quedé prendado de la villa, de sus gentes y de sus paisajes. Años más
tarde participé en el equipo humano que trabajó bajo el paraguas de la Reserva
de la Biosfera Intercontinental del Mediterráneo, un espacio protegido que
abarca ambas costas del Estrecho de Gibraltar y que tienen en Chaouen su capital
marroquí. Con la misión de descubrir lo que nos une desde el punto de vista
natural y cultural emprendimos una serie de labores de investigación y
divulgación durante varios años que me dejaron indefectiblemente unido para
siempre a la ciudad azul.
Desde entonces, vivo con un pie
apoyado en cada columna de Hércules, uno en mi Campo de Gibraltar natal y el
otro en mi Rif adoptivo, chapoteando a la vez en las dos orillas bañadas por las
mismas aguas legendarias, caminando en dos tierras de similar naturaleza... y
con el corazón atrapado entre dos pueblos habitados por la misma gente, aunque
todavía no lo sepan. Ese es nuestro cometido.